martes, 22 de marzo de 2016

Texto de la homilía de Mons. Félix Lázaro, Obispo Emérito de Ponce, el 19 de marzo, en Santuario de Schoenstatt de Juana Díaz

SAN JOSE
 
Si en el Adviento celebra la Iglesia la fiesta de la Inmaculada, como figura típica del Adviento, junto con la de Isaías, y Juan el Bautista,
San José, cuya fiesta suele coincidir dentro de la Cuaresma, podría considerarse como  la figura familiar de la Cuaresma.  
Siempre me ha parecido un personaje maravilloso y hasta diría central, dentro de los planes de Dios, de los planes salvíficos de Dios. 
Si María con su "sí" al ángel, con su "hágase en mí según tu palabra", abrió sus entrañas al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios,
José, con su aceptación a las palabras del ángel que le habló en el sueño, hizo posible que Jesús naciera de la descendencia de David, cumpliéndose así las Escrituras. San Mateo lo hace constar en su evangelio.
 
La segunda lectura nos presenta la figura grandiosa de Abrahán, nuestro padre en la fe, grande precisamente por su fe, porque creyó en el Señor, como lo señala la lectura.
Les confieso que Abrahán es uno de esos personajes que más admiro por su fidelidad a la palabra de Dios. Creyó en el Señor contra toda esperanza:
Se puso en camino, sin saber adónde iba, dice la Carta a los hebreos, fiado únicamente en la palabra del Señor.
A pesar de que el Señor no le daba descendencia, seguía confiando en el Señor. Y cuando se la da y el Señor le ordena que se la ofrezca en sacrificio, no lo duda, y está dispuesto a sacrificar al hijo de la promesa, Isaac.
Abrahán corrió el riesgo, se fió de Dios y confió en Dios.
 
La Iglesia, a través de la liturgia, nos presenta hoy a San José, cuya fe es comparable con la de Abrahán.
Corrió el riesgo, se fio de Dios y confió en Dios.
Alguien no ha dudado en llamarlo el Abrahán del Nuevo Testamento.
Y como la de Abrahán, la fe de José fue pronto puesta a prueba, con el misterioso embarazo de María. No conociendo el misterio de la Encarnación y no queriendo exponer a María al repudio y a posible condena de lapidación, pensó abandonarla, de no haber sido por la intervención del ángel, que le aseguró que lo engendrado en María fue por obra del Espíritu Santo.
En Belén tuvo que sufrir con la Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo.
Y más tarde tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto pasando dificultades muy grandes. 
 
Llamado por Dios a jugar un papel decisivo en la obra de la salvación, su figura se engrandece en la medida que gracias a él, junto con María, se cumplieron los planes de Dios. A San José Dios le encomendó la inmensa responsabilidad y privilegio de ser esposo de la Virgen María y custodio de la sagrada familia. En el evangelio se le reconoce a Jesús como el "hijo de José"
Mucho se podría decir de San José, empezando porque apenas hablan de él los evangelios. Sólo sabemos los datos históricos que relatan San Mateo y San Lucas; pero eso es precisamente lo que lo ensalza.
Comparte gozos y dolores con María. En él encontramos al varón justo, al hombre de fe y hombre fiel, cumplidor de sus deberes de esposo y de padre. Pero sobre todo, abierto a los planes de Dios.
San José es llamado el "santo del silencio". No conocemos palabra alguna pronunciada por él, tan sólo sus obras, sus actos de fe, amor y al protector de María y Jesús. 
 
Quisiera traer a la memoria, junto a los dos colosos de la fe, Abrahán y San José,  otra figura gigante, hombre de fe profunda, arraigada y probada, quien nos ha dejado este magnífico testimonio que lo dice todo: "Sé de quien me he fiado, de Cristo Jesús". Me refiero, como pueden adivinar a San Pablo. Es bueno tener modelos que seguir e  imitar, particularmente yo añadiría, modelos de fe y confianza. Porque fe era lo que Jesús pedía a sus Apóstoles: Duc in altum, remad hacia dentro…
 
Imaginémonos que Jesús nos estuviera diciendo a cada uno de los presentes reunidos en torno a la mesa del Señor, sentados con El en la Eucaristía, memorial de la Última Cena, en la que rogó al Padre que todos fuesen uno, como tú Padre en mí y yo en ti, que no se pierda ninguno de los que me has dado, en este día tan significativo de San José y onomástico también del Papa Emérito Benedicto XVI, Josef Ratzinger, imaginémonos que nos estuviese diciendo el Señor como a Abrahán, a San José y a Pablo, ponte en camino, con todo lo que ello implica. Corre el riesgo, fíate y confía en Mí.
¿Cuál sería nuestra respuesta?
Nada tenemos que temer si estamos dispuestos a correr el riesgo, a fiarnos y confiar en el Señor. 
La devoción a San José se fundamenta en que este hombre "justo" fue escogido por Dios para ser el esposo de María Santísima y hacer las veces de padre de Jesús en la tierra. 
De él ha escrito San Pedro Crisólogo: "José fue un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes" El nombre de José en hebreo significa "el que va en aumento". Y así se desarrollaba el carácter de José, crecía de "virtud en virtud" hasta llegar a una excelsa santidad. 
Algunos santos del siglo XII comenzaron a popularizar la devoción a San José; entre ellos destacaron San Bernardo, Santo Tomás de Aquino, Santa Gertrudis y Santa Brígida. De todos es sabido el amor que le profesaba Santa Teresa de Jesús, y tantos y tantos santos.
Pero lo principal es que tratemos de imitarle, particularmente en su fe en Dios y en su total disponibilidad a  los planes de Dios.
 
Que nuestra Madre la Santísima Virgen bajo su advocación de nuestra Señora de Guadalupe, Reina de las Américas y Patrona de la Diócesis, nos cobije bajo su maternal protección y en compañía de San José su esposo,  nos lleve de la mano hasta su Hijo Jesús. 

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