lunes, 20 de julio de 2015

Héroes de Schoenstatt: Gilbert Schimmel

Gilbert Schimmel era un apóstol y hombre de familia.  Nació en una granja cerca de Helenville, Wisconsin (entre Milwakee y Madison) en junio 10, 1906.  Era el menor de nueve hermanos.  Este delgado, ágil niño vivió en una granja hasta que tuvo nueve años.  Nunca perdió su amor por la naturaleza ni el trabajo.  Crecer cerca del Rock River, le hizo disfrutar de las canoas y la pesca.  Como estudiante demostró habilidades para el dibujo y amaba servir en las misas.  Siempre estaba sonriendo y todos quienes lo conocían le guardaban aprecio.  Tenía un buen sentido del humor y tenía ingenio para usarlo, especialmente si alguien se encontraba en problemas serios.

Después de la secundaria y un semestre en la Universidad, Gilbert se introdujo en el  mundo laboral.  Un año y medio de trabajos de oficina lo convenció de que él quería trabajar con sus manos.  Se convirtió en un maquinista de una gran fábrica en Milwaukee y era conocido por su gran corazón y firmes convicciones.  El los necesitaba cuando había una disputa laboral en la planta Allis-Chalmers donde trabajaba.  No podía estar de acuerdo con los jefes cuando querían forzar a los trabajadores a una sumisión ciega.  Con un grupo de amigos inició una "Unión Independiente" basada en principios cristianos.  Casi le cuesta la vida:

"Una noche cuando habían rentado un salón para discutir las leyes para una nueva Unión Independiente, un grupo de hombres irrumpió en el salón, se apresuraron, voltearon las mesas, sillas, etc.  Y empezaron a golpear a los cuatro hombres que organizaban los escritos.  Gilbert y sus amigos fueron acorralados por este gran grupo de hombres... Gilbert, también, sufrió severos daños y debió ser hospitalizado".

Gilbert nunca olvidó que sus esfuerzos para un mejor ambiente laboral estaban basados en el mensaje de amor de Cristo.
"Algún tiempo después uno de los hombres de la " banda " se encontró a Gilbert en la calle y se acercó para estrechar su mano.  Luego alguien preguntó a Gilbert, Cómo pudiste estrechar la mano del hombre que te golpeó hasta el punto de casi matarte?  Gilbert contestó, 'Bueno, si soy caritativo y bueno con el hombre, pronto se dará cuenta de cuan mal estaba'".

Gilbert no era sólo un trabajador, también un esposo y padre.  Ambos, él y su esposa Joanna compartían una profunda devoción a María y amor a los sacramentos.  Ellos fueron bendecidos con tres hijos, a quienes criaron católicos de la mejor manera que pudieron.  En el año Mariano 1954, Gilbert y su esposa se unieron a un apostolado que enviaba rosarios, escapularios y otros ítems a misionarios alrededor del mundo.  La idea era ayudar a los misioneros a promover mayor devoción a Nuestro Señor y Su Madre.

Un pedido cambio sus vidas para siempre.  A principios de Junio un Padre Palotino pidió folletos de oraciones para el Sagrado Corazón.  Los Schimmel los trajeron a la Parroquia de la Sagrada Cruz en Milwaukee.  Luego el padre los presentó al Padre Kentenich.  La Sra. Schimmel dijo": "Como fuimos tan entusiastas con nuestro trabajo apostólico durante al Año Mariano, le dijimos al Padre Kentenich todo acerca del mismo.  Mientras hablábamos, tenía clavado un pensamiento: ' El realmente nos está escuchando'. Al regresar a nuestra casa, ni mi esposo ni yo dijimos mucho en el camino.  Cuando paramos en una luz roja, y el carro se detenía, espontáneamente nos miramos el uno al otro y dijimos: 'esto es'..

Los Schimmel empezaron a visitar semanalmente al Padre Kentenich y fueron descubriendo el mundo de Schoenstatt.  Descubrieron las gracias que la Madre Tres veces Admirable tiene para ofrecer en el Santuario.  Para 1955 ellos formaron el primer grupo de Matrimonios de Schoenstatt en Milwaukee, las Parejas Pioneras.  Gilbert fue tocado de una manera especial por Schoenstatt.  Su alianza de amor la hizo con el grupo de Parejas Pioneras en Febrero 2 de 1956.
Gilbert peleaba entre lo que significaba ser un buen católico y un buen padre, y debía encontrar la mejor manera de balancear sus deseos de ser un apóstol fuera de su casa, con sus deberes de ser un apóstol como padre.  Pasado un año de su alianza de amor, en privado le ofreció su vida a María como un "segundo Joseph Engling para los Estados Unidos".

La MTA pronto aceptaría su ofrecimiento.  En 1958 Gilbert se enfermó.  Los doctores descubrieron Cáncer en la etapa más avanzada.  El Padre Kentenich le dio la noticia, Gilbert la acepto con calma y con una sola lágrima en sus ojos.  Cualquier cosa para su Reina de Schoenstatt!
Aun en los últimos meses de su vida, Gilbert estaba preocupado por las necesidades de quienes lo rodeaban.  Mediante el requerimiento del superintendente de la Fábrica, Gilbert fue a trabajar aunque era muy poco lo que él podía hacer.  El superintendente sintió que valía la pena por la forma en que Gilbert levantaba los ánimos de los trabajadores.  Cuando Gilbert no pudo ir más a la fábrica, los trabajadores lo visitaban; pero era el hombre moribundo quien consolaba a los saludables y les daba valor.

Un domingo por la mañana, 15 de febrero de 1959, y rodeado por su familia, Gilbert le regresó su alma al Padre de los Cielos.  Sus últimas palabras en tierra fueron, "Ahora, voy a casa".
Desde su muerte, Gilbert Schimmel ha sido una inspiración para trabajadores y sus familias.  El es recordado en una manera especial con una cruz de madera que fue levantada en su honor, el 13 de febrero de 1966 al costado izquierdo del Memorial a Joseph Engling en el Centro Internacional de Waukesha, Wisconsin.

SCHOENSTATT: Familia vinculada profundamente al sacramento de la Eucaristía.

Queridos hermanos y hermanas, en el pasado mes de junio, en nuestro Santuario hemos vivido experiencias de inolvidable valor. Con Corpus Cristi se renueva en cada uno de nosotros el llamado a la obediencia, a la caridad, a la paz, a la conversión, virtudes que cada día asumió nuestro Padre Fundador.
El Papa Francisco nos dice que en el Evangelio encontramos el relato de la institución de la Eucaristía, cumplida por Jesús durante la Última Cena, en el cenáculo de Jerusalén. La víspera de su muerte redentora sobre la cruz, Él realizó aquello que había anunciado: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo… El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6,51.56), así dijo el Señor. Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo» (Mc 14,22). Con este gesto y con estas palabras, Él asigna al pan una función que no es más aquella del simple nutrimento físico, sino aquella de hacer presente a su Persona en medio de la comunidad de los creyentes.
La Última Cena representa el punto de llegada de toda la vida de Cristo. No es solamente anticipación de su sacrificio que se cumplirá sobre la cruz, sino también síntesis de una existencia ofrecida para la salvación de la humanidad entera. Por lo tanto, no basta afirmar que en la Eucarística está presente Jesús, sino que se debe ver en ella la presencia de una vida donada y de ella tomar parte. Cuando tomamos y comemos aquel Pan, nosotros venimos asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él. Nos comprometemos en realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todo a los más pobres.
La fiesta  de Corpus Cristi, igual que en la Santa Misa de hoy, evocamos este mensaje solidario y nos empuja a recibir la íntima invitación a la conversión y al servicio, al amor y al perdón. Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de aquello que celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que nos sale al encuentro en los eventos cotidianos; está en el pobre que extiende la mano, está en el sufriente que implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la salvación, que no tiene fe. Está en todo ser humano, también en el más pequeño e indefenso.
La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y de solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo no puede permanecer indiferente ante aquellos que no tienen el pan cotidiano. Y hoy – lo sabemos- es un problema cada vez más grave.