jueves, 4 de febrero de 2016

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA XXIV JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2016

Confiar en Jesús misericordioso como María:
"Haced lo que Él os diga" (Jn 2,5)
Queridos hermanos y hermanas:

La XXIV Jornada Mundial del Enfermo me ofrece la oportunidad de estar especialmente cerca de vosotros, queridos enfermos, y de todos los que os cuidan.

Debido a que este año dicha Jornada será celebrada solemnemente en Tierra Santa, propongo meditar la narración evangélica de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), donde Jesús realizó su primer milagro gracias a la mediación de su Madre.
El tema elegido, «Confiar en Jesús misericordioso como María: "Haced lo que Él os diga"» (Jn 2,5), se inscribe muy bien en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia. La Celebración eucarística central de la Jornada, el 11 de febrero de 2016, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, tendrá lugar precisamente en Nazaret, donde «la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). Jesús inició allí su misión salvífica, aplicando a sí mismo las palabras del profeta Isaías, como dice el evangelista Lucas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

La enfermedad, sobre todo cuando es grave, pone siempre en crisis la existencia humana y nos plantea grandes interrogantes. La primera reacción puede ser de rebeldía: ¿Por qué me ha sucedido precisamente a mí? Podemos sentirnos desesperados, pensar que todo está perdido y que ya nada tiene sentido…

En esta situación, por una parte la fe en Dios se pone a prueba, pero al mismo tiempo revela toda su fuerza positiva. No porque la fe haga desaparecer la enfermedad, el dolor o los interrogantes que plantea, sino porque nos ofrece una clave con la que podemos descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave que nos ayuda a ver cómo la enfermedad puede ser la vía que nos lleva a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado cargado con la cruz. Y esta clave nos la proporciona María, su Madre, experta en esta vía.

En las bodas de Caná, María aparece como la mujer atenta que se da cuenta de un problema muy importante para los esposos: se ha acabado el vino, símbolo del gozo de la fiesta. María descubre la dificultad, en cierto sentido la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente. No se limita a mirar, y menos aún se detiene a hacer juicios, sino que se dirige a Jesús y le presenta el problema tal como es: «No tienen vino» (Jn 2,3). Y cuando Jesús le hace presente que aún no ha llegado el momento para que Él se revele (cf. v. 4), dice a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga» (v. 5). Entonces Jesús realiza el milagro, transformando una gran cantidad de agua en vino, en un vino que aparece de inmediato como el mejor de toda la fiesta. ¿Qué enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná para la Jornada Mundial del Enfermo?

El banquete de bodas de Caná es una imagen de la Iglesia: en el centro está Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor están los discípulos, las primicias de la nueva comunidad; y cerca de  Jesús y de sus discípulos está María, Madre previsora y orante. María participa en el gozo de la gente común y contribuye a aumentarlo; intercede ante su Hijo por el bien de los esposos y de todos los invitados. Y Jesús no rechazó la petición de su Madre. Cuánta esperanza nos da este acontecimiento. Tenemos una Madre con ojos vigilantes y compasivos, como los de su Hijo; con un corazón maternal lleno de misericordia, como Él; con unas manos que quieren ayudar, como las manos de Jesús, que partían el pan para los hambrientos, que tocaban a los enfermos y los sanaba. Esto nos llena de confianza y nos abre a la gracia y a la misericordia de Cristo. La intercesión de María nos permite experimentar la consolación por la que el apóstol Pablo bendice a Dios: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! Porque lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo» (2 Co 1,3-5). María es la Madre «consolada» que consuela a sus hijos.

En Caná se perfilan los rasgos característicos de Jesús y de su misión: Él es Aquel que socorre al que está en dificultad y pasa necesidad. En efecto, en su ministerio mesiánico curará a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus, dará la vista a los ciegos, hará caminar a los cojos, devolverá la salud y la dignidad a los leprosos, resucitará a los muertos y a los pobres anunciará la buena nueva (cf. Lc 7,21-22). La petición de María, durante el banquete nupcial, puesta por el Espíritu Santo en su corazón de madre, manifestó no sólo el poder mesiánico de Jesús sino también su misericordia.

En la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ternura se hace presente también en la vida de muchas personas que se encuentran junto a los enfermos y saben comprender sus necesidades, aún las más ocultas, porque miran con ojos llenos de amor. Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, confían su súplica en las manos de la Virgen. Para nuestros seres queridos que sufren por la enfermedad pedimos en primer lugar la salud; Jesús mismo manifestó la presencia del Reino de Dios precisamente a través de las curaciones: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan» (Mt 11,4-5). Pero el amor animado por la fe hace que pidamos para ellos algo más grande que la salud física: pedimos la paz, la serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios, fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que se lo piden con confianza.

En la escena de Caná, además de Jesús y su Madre, están también los que son llamados «sirvientes», que reciben de Ella esta indicación: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Naturalmente el milagro tiene lugar por obra de Cristo; sin embargo, Él quiere servirse de la ayuda humana para realizar el prodigio. Habría podido hacer aparecer directamente el vino en las tinajas. Sin embargo, quiere contar con la colaboración humana, y pide a los sirvientes que las llenen de agua. Cuánto valora y aprecia Dios que seamos servidores de los demás. Esta es de las cosas que más nos asemeja a Jesús, el cual «no ha venido a ser servido sino a servir» (Mc 10,45). Estos personajes anónimos del Evangelio nos enseñan mucho. No sólo obedecen, sino que lo hacen generosamente: llenaron las tinajas hasta el borde (cf. Jn 2,7). Se fían de la Madre, y con prontitud hacen bien lo que se les pide, sin lamentarse, sin hacer cálculos.

En esta Jornada Mundial del Enfermo podemos pedir a Jesús misericordioso por la intercesión de María, Madre suya y nuestra, que nos conceda esta disponibilidad para servir a los necesitados, y concretamente a nuestros hermanos enfermos. A veces este servicio puede resultar duro, pesado, pero estamos seguros de que el Señor no dejará de transformar nuestro esfuerzo humano en algo divino. También nosotros podemos ser manos, brazos, corazones que ayudan a Dios a realizar sus prodigios, con frecuencia escondidos. También nosotros, sanos o enfermos, podemos ofrecer nuestros cansancios y sufrimientos como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en el mejor vino. Cada vez que se ayuda discretamente a quien sufre, o cuando se está enfermo, se tiene la ocasión de cargar sobre los propios hombros la cruz de cada día y de seguir al Maestro (cf. Lc 9,23); y aún cuando el encuentro con el sufrimiento sea siempre un misterio, Jesús nos ayuda a encontrarle sentido.

Si sabemos escuchar la voz de María, que nos dice también a nosotros: «Haced lo que Él os diga», Jesús transformará siempre el agua de nuestra vida en vino bueno. Así, esta Jornada Mundial del Enfermo, celebrada solemnemente en Tierra Santa, ayudará a realizar el deseo que he manifestado en la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia: «Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con [el Hebraísmo, el Islam] y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación» (Misericordiae Vultus, 23). Cada hospital o clínica puede ser un signo visible y un lugar que promueva la cultura del encuentro y de la paz, y en el que la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y división.

Son un ejemplo para nosotros las dos monjas canonizadas en el pasado mes de mayo: santa María Alfonsina Danil Ghattas y santa María de Jesús Crucificado Baouardy, ambas hijas de la Tierra Santa.  La primera fue testigo de mansedumbre y de unidad, ofreciendo un claro testimonio de la importancia que tiene el que seamos unos responsables de los otros importante es que seamos responsables unos de otros, de que vivíamos al servicio de los demás. La segunda, mujer humilde e iletrada, fue dócil al Espíritu Santo y se convirtió en instrumento de encuentro con el mundo musulmán.

A todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren, les deseo que estén animados por el ejemplo de María, Madre de la Misericordia. «La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, a fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios» (ibíd., 24) y llevarla grabada en nuestros corazones y en nuestros gestos. Encomendemos a la intercesión de la Virgen nuestras ansias y tribulaciones, junto con nuestros gozos y consolaciones, y dirijamos a ella nuestra oración, para que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, especialmente en los momentos de dolor, y nos haga dignos de contemplar hoy y por toda la eternidad el Rostro de la misericordia, su Hijo Jesús.

Acompaño esta súplica por todos vosotros con mi Bendición Apostólica.

Dado en el Vaticano, el 15 de setiembre de 2015
Memoria de Nuestra Señora de los Dolores.

miércoles, 3 de febrero de 2016

SCHOENSTATT: Familia que constantemente es iluminada por Cristo

En el inicio mismo de este nuevo año, nuestro Santuario participó con alegría del paso de Los Santos Reyes, un acontecimiento que nos revela la capacidad que Dios da al hombre de poderlo conocer y adorar, aún en medio de las situaciones más adversas.  Ellos al no encontrarlo en el palacio, se dejaron guiar de nuevo por la estrella hasta el pesebre
Para nosotros, es importantísimo este acontecimiento. Nos recuerda el segundo hilo de nuestra Familia, el P. Kentenich descubre que la voluntad de Dios es que él participe de la experiencia de la cárcel.
Su Santidad, el Papa Francisco, nos hace la invitación a salir de nosotros mismos, y a reconocer el esplendor de la luz de Jesús que ilumina nuestras vidas, Señaló que la Iglesia no puede pretender brillar con luz propia porque "Cristo es la luz verdadera que brilla" y "en la medida en que la Iglesia está unida a él" y "se deja iluminar por él", ilumina "la vida de las personas y de los pueblos".
Las palabras que el profeta Isaías dirige a la ciudad santa de Jerusalén nos invitan a levantarnos, a salir; a salir de nuestras clausuras, a salir de nosotros mismos, y a reconocer el esplendor de la luz que ilumina nuestras vidas: «¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (60,1). «Tu luz» es la gloria del Señor. La Iglesia no puede pretender brillar con luz propia, no puede. San Ambrosio nos lo recuerda con una hermosa expresión, aplicando a la Iglesia la imagen de la luna, y dice así: «La Iglesia es verdaderamente como la luna: […] no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder decir luego: "Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la medida en que la Iglesia está unida a él, en la medida en que se deja iluminar por él, ilumina también la vida de las personas y de los pueblos.
Necesitamos de esta luz que viene de lo alto para responder con coherencia a la vocación que hemos recibido. Anunciar el Evangelio de Cristo no es una opción más entre otras posibles, ni tampoco una profesión. Para la Iglesia, ser misionera no significa hacer proselitismo; para la Iglesia, ser misionera equivale a manifestar su propia naturaleza: es decir, dejarse iluminar por Dios y reflejar su luz. Éste es su servicio. No hay otro camino. La misión es su vocación: hacer resplandecer la luz de Cristo es su servicio. Muchas personas esperan de nosotros este compromiso misionero, en este sentido, porque necesitan a Cristo, necesitan conocer el rostro del Padre.
Los Magos, que aparecen en el Evangelio de Mateo, son una prueba viva de que las semillas de verdad están presentes en todas partes, porque son un don del Creador que llama a todos para que lo reconozcan como Padre bueno y fiel. Los Magos representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios. Delante de Jesús ya no hay distinción de raza, lengua y cultura: en ese Niño, toda la humanidad encuentra su unidad. Y la Iglesia tiene la tarea de que se reconozca y venga a la luz con más claridad el deseo de Dios que anida en cada uno. Éste es el servicio de la Iglesia, con la luz que refleja: hacer emerger el anhelo de Dios que cada uno lleva en sí mismo. Como los Magos, también hoy muchas personas viven con el «corazón inquieto», haciéndose preguntas que no encuentran respuestas seguras; es la inquietud del Espíritu Santo que se mueve en los corazones. También ellos están en busca de la estrella que muestre el camino hacia Belén.
¡Cuántas estrellas hay en el cielo! Y, sin embargo, los Magos han seguido una distinta, nueva, mucho más brillante para ellos. Durante mucho tiempo, habían escrutado el gran libro del cielo buscando una respuesta a sus preguntas – tenían el corazón inquieto – y, al final, la luz apareció. Aquella estrella los cambió. Les hizo olvidar los intereses cotidianos, y se pusieron de prisa en camino. Prestaron atención a la voz que dentro de ellos los empujaba a seguir aquella luz; – es la voz del Espíritu Santo, que trabaja en todas las personas – y ella los guió hasta que en una pobre casa de Belén encontraron al Rey de los Judíos.
Todo esto encierra una enseñanza para nosotros. Hoy será bueno que nos repitamos la pregunta de los Magos: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2,2). Nos sentimos urgidos, sobre todo en un momento como el actual, a escrutar los signos que Dios nos ofrece, sabiendo que debemos esforzarnos para descifrarlos y comprender así su voluntad. Estamos llamados a ir a Belén para encontrar al Niño y a su Madre. ¡Sigamos la luz que Dios nos da, pequeñita! El himno del breviario nos dice poéticamente que los Magos "lumen requirunt lumine", aquella pequeña luz. La luz que proviene del rostro de Cristo, lleno de misericordia y fidelidad. Y, una vez que estemos ante él, adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros dones: nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor. La verdadera sabiduría se esconde en el rostro de este Niño. Y es aquí, en la sencillez de Belén, donde encuentra su síntesis la vida de la Iglesia. Aquí está la fuente de esa luz que atrae a sí a todas las personas en el mundo y guía a los pueblos por el camino de la paz.
Padre Hilario José Gutiérrez, Rector

Catequesis del Papa: “Sólo perdonando y deseando el bien se obtiene la justicia”

 "La justicia puede triunfar, sólo si el culpable reconoce el mal hecho y deja de hacerlo, y aquel que era injusto se hace justo, porque es perdonado y ayudado a encontrar el camino del bien. Y aquí está justamente el perdón, la misericordia", con estas palabras el Papa Francisco explicó la profunda relación que existe entre misericordia y justicia.
Continuando su ciclo de catequesis sobre la misericordia en la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma recordó que la Biblia, "nos presenta a Dios como misericordia infinita, pero también como justicia perfecta". Aparentemente, dos realidades que se contradicen, dijo el Papa, pero en realidad no es así, porque es justamente la misericordia de Dios la que lleva a cumplimiento la verdadera justicia.
La justicia a la que se refiere la Palabra de Dios, afirmó el Pontífice, no es aquella justicia retributiva "que aplica una pena al culpable, según el principio que a cada uno debe ser dado lo que le corresponde". Ya que este tipo de justicia no vence el mal, sino simplemente lo circunscribe. La justicia que nos presenta la Sagrada Escritura, es una justicia "que evita recurrir a un tribunal y prevé que la víctima se dirija directamente al culpable para invitarlo a la conversión, ayudándolo a entender que está haciendo el mal, apelándose a su conciencia". De este modo, finalmente arrepentido y reconociendo su proprio error, el culpable puede abrirse al perdón que la parte agraviada le está ofreciendo. Y aquí está justamente el perdón, la misericordia.
Es este tipo de justicia con el cual Dios actúa en relación con nosotros pecadores, dijo el Papa, "el Señor continuamente nos ofrece su perdón y nos ayuda a acogerlo y a tomar conciencia de nuestro mal para poder liberarnos". Solo hay que dejar que Él entre en nuestro corazón, hay que abrirnos a los horizontes ilimitados de su misericordia para experimentar y sentir que Él nos ama con un corazón de Padre misericordioso. 
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Sagrada Escritura nos presenta a Dios como misericordia infinita, pero también como justicia perfecta. ¿Cómo conciliar las dos cosas? ¿Cómo se articula la realidad de la misericordia con las exigencias de la justicia? Podría parecer que sean dos realidades que se contradicen; en realidad no es así, porque es justamente la misericordia de Dios que lleva a cumplimiento la verdadera justicia. Es propio la misericordia de Dios que lleva a cumplimiento la verdadera justicia. ¿Pero, de qué justicia se trata?
Si pensamos en la administración legal de la justicia, vemos que quien se considera víctima de una injusticia se dirige al juez en un tribunal y pide que se haga justicia. Se trata de una justicia retributiva, que aplica una pena al culpable, según el principio que a cada uno debe ser dado lo que le corresponde. Como recita el libro de los Proverbios: «Así como la justicia conduce a la vida, el que va detrás del mal camina hacia la muerte» (11,19). También Jesús lo dice en la parábola de la viuda que iba repetidas veces al juez y le pedía: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario» (Lc 18,3).
Pero este camino no lleva todavía a la verdadera justicia porque en realidad no vence el mal, sino simplemente lo circunscribe. En cambio, es solo respondiendo a esto con el bien que el mal puede ser verdaderamente vencido.
Entonces hay aquí otro modo de hacer justicia que la Biblia nos presenta como camino maestro a seguir. Se trata de un procedimiento que evita recurrir a un tribunal y prevé que la víctima se dirija directamente al culpable para invitarlo a la conversión, ayudándolo a entender que está haciendo el mal, apelándose a su conciencia. En este modo, finalmente arrepentido y reconociendo su proprio error, él puede abrirse al perdón que la parte agraviada le está ofreciendo. Y esto es bello: la persuasión; esto está mal, esto es así… El corazón se abre al perdón que le es ofrecido. Es este el modo de resolver los contrastes al interno de las familias, en las relaciones entre esposos o entre padres e hijos, donde el ofendido ama al culpable y desea salvar la relación que lo une al otro. No corten esta relación, este vínculo.
Cierto, este es un camino difícil. Requiere que quien ha sufrido el mal esté listo a perdonar y desear la salvación y el bien de quien lo ha ofendido. Pero solo así la justicia puede triunfar, porque, si el culpable reconoce el mal hecho y deja de hacerlo, es ahí que el mal no existe más, y aquel que era injusto se hace justo, porque es perdonado y ayudado a encontrar la camino del bien. Y aquí está justamente el perdón, la misericordia.
Es así que Dios actúa en relación a nosotros pecadores. El Señor continuamente nos ofrece su perdón y nos ayuda a acogerlo y a tomar conciencia de nuestro mal para poder liberarnos. Porque Dios no quiere nuestra condena, sino nuestra salvación. ¡Dios no quiere la condena de ninguno, de ninguno! Alguno de ustedes podrá hacerme la pregunta: ¿Pero padre, la condena de Pilatos se la merecía? ¿Dios la quería? ¡No! ¡Dios quería salvar a Pilatos y también a Judas, a todos! ¡Él, el Señor de la misericordia quiere salvar a todos! El problema es dejar que Él entre en el corazón. Todas las palabras de los profetas son un llamado apasionado y lleno de amor que busca nuestra conversión. Es esto lo que el Señor dice por medio del profeta Ezequiel: «¿Acaso deseo yo la muerte del pecador … y no que se convierta de su mala conducta y viva?» (18,23; Cfr. 33,11), ¡aquello que le gusta a Dios!
Y este es el corazón de Dios, un corazón de Padre que ama y quiere que sus hijos vivan en el bien y en la justicia, y por ello vivan en plenitud y sean felices. Un corazón de Padre que va más allá de nuestro pequeño concepto de justicia para abrirnos a los horizontes ilimitados de su misericordia. Un corazón de Padre que nos trata según nuestros pecados y nos paga según nuestras culpas. Y precisamente es un corazón de Padre el que queremos encontrar cuando vamos al confesionario. Tal vez nos dirá alguna cosa para hacernos entender mejor el mal, pero en el confesionario todos vamos a encontrar un padre; un padre que nos ayude a cambiar de vida; un padre que nos de la fuerza para ir adelante; un padre que nos perdone en nombre de Dios. Y por esto ser confesores es una responsabilidad muy grande, muy grande, porque aquel hijo, aquella hija que se acerca a ti busca solamente encontrar un padre. Y tú, sacerdote, que estás ahí en el confesionario, tú estás ahí en el lugar del Padre que hace justicia con su misericordia. Gracias.
(Traducción del italiano: Renato Martinez - Radio Vaticano)

lunes, 1 de febrero de 2016

Bienvenido Padre Rubén González Medina, nuevo Obispo Titular de la Diócesis de Ponce

  Mensaje del Obispo de Ponce Rubén Antonio González Medina



¡Alabado sea Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre! Queridos hermanos y hermanas, al inicio de la Eucaristía hemos pedido al Señor que nos permita "honrarle con todo el corazón y amar a todos con amor verdadero". Considero que esta hermosa y breve oración nos centra en lo que debemos vivir en esta nueva etapa que estamos iniciando como Iglesia Particular. Nuestra acción pastoral debe reflejar nuestra convicción de que estamos llamados a honrar "a Dios con todo el corazón", ponerlo a Él como el centro y el fundamento de nuestra acción evangelizadora. Acción que implica amar "a todos con amor verdadero" Sí, estamos llamados a incluir y no a excluir, a sumar y no a restar a multiplicar y no a dividir, a traer y a no alejar, a buscar y no a espanta, a escucharnos y a escuchar, porque la salvación es gratis y es para todos.
Padre Obispo Rubén González y el Arzobispo de San Juan, Mons. Roberto González Nieves
¿Cómo lo vamos a lograr?
Hoy la palabra de Dios nos indica el camino. Primero, como Jeremías, hay que tomar conciencia, de que antes de que fuéramos formados en el seno de nuestra madre, Dios ya nos conocía, nos amaba y nos había consagrado para ser profetas en medio de las naciones. Esto quiere decir que tenemos una Misión y que estamos llamados a realizarla, sin miedo y sin titubeos. Porque el Señor está a nuestro lado para salvarnos y nos ha llamado a formar parte de una Iglesia que como ciudad fortificada, columna de hierro, muralla de bronce, hace presente con audacia a través de las obras de misericordia, el Reino de Dios, por lo tanto, no hay que tener miedo, sino confiar, Dios no falla.
Junto al Delegado Apostólico, Mons. Jude Thaddeus Okolo
Segundo, el camino tiene nombre, San Pablo nos lo dice hoy, se llama Amor. Y este tiene que ''ser comprensivo, servicial, sin envidia, sin presunción, sin orgullo, o groserías, sin egoísmo, no irritable, ni rencoroso, ni cómplice de la injusticia, sino capaz de disfrutar con la verdad. Un Amor que disculpe, confíe, espere y soporte sin poner límites." Porque el amor verdadero es fiel y nunca termina.
Es el amor que lleva a la donación y a la entrega el que nos debe impulsar a salir, hacia las periferias existenciales. El Evangelio de hoy nos lo confirma, ya que las acciones y palabras de Jesús nos están invitando a salir de nuestra Cafarnaúm, de nuestras cómodas seguridades e irnos a las nuevas Sareptas, a las fronteras, donde están las nuevas viudas, aquellas que no tienen ninguna seguridad .
Estamos llamados a acercarnos a los que tienen y pasan verdaderas necesidades, favoreciendo incluso a los que ni siquiera son de nuestra misma fe, raza o cultura, como el caso de Naamán el leproso Sirio. En esta nueva etapa que iniciamos hoy es importante entender que estamos llamados a "Salir de sí mismo para unirse a otros hacer el bien" "EG 87.
Con palabras del Papa Francisco les exhorto; a ser una Iglesia en salida, una iglesia en Misión permanente. Comunidad de discípulos misioneros que anuncian que "con Jesucristo siempre nace y renace la alegría" porque en Él, hay vida "y vida en abundancia". Les invito a ser una comunidad de servidores y servidoras que saben Primerear, involucrase, fructificar, acompañar y festejar.
Una Iglesia samaritana pobre, pascual, samaritana, pobre, servidora, discípula misionera, que siembra esperanza, predica la verdad, trabaja por la justicia, la libertad y la paz. Iglesia del delantal, que quiere mostrar al mundo el rostro misericordioso del Padre. Iglesia que nos busca ser servida, sino servir y sobre todo, dar la vida "como rescate por muchos".
¿Quizás algunos se estén preguntando y como lo vamos a realizar? Viviendo una espiritualidad de comunión fundamentada en las enseñanzas de Jesús que nos lleva a hacer "una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. "NMI 43.
Así aprenderemos a Primerear –tomando iniciativas que nos liberen del miedo y nos ayuden a salir al encuentro de los demás, a buscar a los lejanos y a llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos, EG24. Atrevámonos a Primerear, y como Jesús, lograremos Involucrarnos con los demás. Sí, hermanos y hermanas estamos llamados a ser, insisto la Iglesia del delantal, Iglesia servidora desprovista de poder que no se avergüenza, siguiendo el ejemplo de Jesús, de ponerse de rodilla ante los demás para lavar los pies. Iglesia que con obras y gestos participa en la vida cotidiana de los demás, que achica distancias, y se abaja hasta la humillación si es necesario, asumiendo la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo.
Les invito a ser una Iglesia que acompaña al pueblo en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Iglesia que sabe esperar…que tiene mucha paciencia, y evita maltratar... Iglesia que por ser fiel al don del Señor, fructifica... y esto lo logra cuidando el trigo sin perder la paz con la cizaña. Porque busca y encuentra la manera de que la Palabra se encarne dando frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados.
Les animo a ser una Iglesia que celebra y festeja, desde nuestra cultura, cada pequeña victoria, cada paso adelante porque está consciente de que El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura." EG # 88
Les motivo siguiendo las indicaciones del Papa Francisco; a asumir, "el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación… sí, hay que "Salir de sí mismo para unirse a otros, esto, como dice el papa Francisco, hace mucho bien". Porque "Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos".
¿Qué le pide el Espíritu Santo a la Iglesia del nuevo Milenio? ¿A nuestra Iglesia particular de Ponce? Calle, calle y calle, no que se calle, que se lance a la calle, anunciar el amor misericordioso del Padre que se ha manifestado plenamente en Jesucristo, camino, verdad y vida.
En esta nueva aventura debemos descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos, y así responderemos "adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro. Porque si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz y al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios. EG 89
Al iniciar esta nueva etapa en nuestra Iglesia particular de Ponce, en el marco de la Misión Continental en Puerto Rico, les reto y en la Patria grande de nuestra América latina y el Caribe, a ser Evangelizadores con Espíritu, hombres y mujeres con fuego en el corazón. Hombres y mujeres que se abren sin temor a la acción vivificante del Espíritu Santo. Que oran y trabajan, que buscan la justicia y se hacen presente en las nobles luchas de nuestro pueblo. Cristianos y cristianas que transmitan con fuerza, con gran alegría y entusiasmo su experiencia de sentirse amados profundamente por Jesús, rostro misericordioso del Padre, que nos invita a vivir la misericordia en obras reales. No podemos, insisto, quedarnos ajenos ante las dificultades, los dolores, los sufrimientos, las luchas de nuestro pueblo, de las personas que nos rodean, especialmente de los más pobres y necesitados; porque "somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva".
Hermanos y hermanas tengamos bien presente que la misión a la que estamos llamados es una pasión por Jesús, y al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Por eso con los "ojos fijos en Jesús", hoy en el nombre del Señor nos lanzamos sin miedo a "Remar mar adentro, y decimos con convicción; con Cristo, misioneros a Puerto Rico entero. Les pregunto: ¿Cuento con ustedes?.... porque necesito "hacer con otros lo que yo solo no puedo hacer" como bien decía mi padre espiritual, San Antonio María Claret.
De aquí el símbolo del Remo, que he utilizado al iniciar la Eucaristía. Quiero impulsar una pastoral que nos lleve a revitalizar la esperanza y la misericordia, obrando según el ejemplo de Jesucristo Buen Pastor. Para eso, es necesario que tomemos conciencia de que somos un equipo de trabajo, que estamos llamados no solo a trabajar en equipo, sino a dar respuesta reales ante los desafíos que se nos presentan, revitalizando y reemprendiendo con nuevas fuerzas y estrategias el camino de la nueva evangelización. En esta aventura todos somos necesarios e importantes, que nadie se quede de brazos cruzados.
Hoy de una manera especial quiero pedirle a nuestra Diócesis de Ponce que les demos una participación muy activa a nuestros jóvenes, adolecentes, niños y niñas, porque ellos son el presente y el futuro de nuestra iglesia y de nuestra nación puertorriqueña. Animo a nuestros catequistas, a los maestros y maestras católicos, especialmente a los de nuestros colegios y escuelas católicas, a la facultad de nuestra Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico a trabajar sin cansancio en la preparación de las nuevas generaciones, llamadas a ser Testigos del Resucitado y futuros servidores y servidoras de nuestra patria.
Iglesia diocesana de Ponce y al finalizar mis palabras les invito a que nos acojamos a la maternal protección de Santa María de Guadalupe, que en la periferia de México en el Tepeyac se apareció a Juan Diego el humilde y sencillo indio de profunda fe, a quién le dijo:
"«Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ventura, en mi regazo? No te aflijas… "
Apoyado en estas palabras, que la tradición atribuye a la Virgen de Guadalupe les digo: ¡Ánimo! caminemos juntos esta nueva aventura con nuestros "ojos fijos en Jesús".
Y como expresión de la opción misionera que hoy asumimos, abrimos las puertas del tríptico que preside nuestro Altar, manifestando de esta manera nuestra opción misionera de anunciar y vivir con audacia y alegría el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Diócesis de Ponce, tu vida es misión.
No tengamos miedo: Nuestro auxilio nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Finalizo mis palabras, consagrando nuestra querida Diócesis de Ponce a la maternal protección de nuestra Señora de Guadalupe, por eso les invito a rezar conmigo la oración que aparece en su Guía Litúrgica:
Bajo tu amparo nos acogemos santa María de Guadalupe, 
Madre de Dios, Madre de la Iglesia. A tu Corazón Inmaculado
hoy consagramos nuestra querida Diócesis de Ponce.
Protege nuestra vida entre tus brazos: 
bendice y refuerza cada deseo de bien; 
reaviva y alimenta la fe; sostén e ilumina la esperanza; 
suscita y anima la caridad; 
guíanos a todos nosotros en el camino de la santidad. 
Enséñanos tú mismo amor de predilección 
hacia los pequeños y los pobres, 
hacia los excluidos y los que sufren, 
por los pecadores y por los que tienen el corazón perdido,
reúne a todos bajo tu maternal protección
y a todos entrégales a tú Hijo querido,
el Señor Nuestro, Jesús. Madre,
no desoigas nuestras súplicas antes bien de todo peligro,
líbranos siempre Virgen Gloriosa y Bendita.
Ruega por nosotros Santa Madre de Dios,
para que seamos dignos de alcanzar
las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

¡Alabado sea Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy siempre!
(Fotos cortesía: Diácono Jorge Almodovar Capielo)