El estilo de Dios es la «sencillez»: inútil buscarlo en el «espectáculo mundano». También en nuestra vida él actúa siempre «en la humildad, en el silencio, en las cosas pequeñas». Esta es la reflexión cuaresmal que el Papa Francisco quiso proponer en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta el lunes 9 de marzo.
Como de costumbre, el Pontífice partió de la liturgia de la palabra en la que, observó, «existe una palabra común» en las dos cartas: «la ira; la indignación». En el Evangelio de san Lucas (4, 24-30) se narra el episodio donde «Jesús vuelve a Nazaret, va a la sinagoga y comienza a hablar». En un primer momento «toda la gente lo escuchaba con amor, feliz» y estaba asombrada de las palabras de Jesús: «estaban contentos». Pero Jesús prosigue en su discurso «y reprende la falta de fe de su pueblo; recuerda cómo esta falta es también histórica» haciendo referencia al tiempo de Elías (cuando –recordó el Papa– «habían tantas viudas», pero Dios envió al profeta «a un viuda de un país pagano») y a la purificación de Naamán el sirio, narrada en la primera lectura del segundo libro de los Reyes (5, 1-15).
Inicia así la dinámica entre las expectativas de la gente y la respuesta de Dios que estuvo en el centro de la homilía del Pontífice. En efecto, explicó el Papa Francisco, mientras la gente «oía con gusto lo que decía Jesús», a alguien «no le gustó lo que decía» y «quizá algún hablador se alzó y dijo: ¿pero este de qué viene a hablarnos? ¿Dónde estudió para que nos diga estas cosas? Que nos haga ver su licenciatura. ¿En qué universidad estudió? Este es el hijo del carpintero y lo conocemos bien».
Explotan así «la furia» y «la violencia»: se lee en el Evangelio que «lo echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio del monte» para despeñarlo. Pero, se preguntó el Pontífice, «la admiración, el estupor» ¿cómo pasaron «a la ira, a la furia, a la violencia?». Es lo que sucede también al general sirio de quien se escribe en el segundo libro de los Reyes: «Este hombre tenía fe, sabía que el Señor lo curaría. Pero cuando el profeta le dice "ve, báñate", se indigna». Tenía otras expectativas, explicó el Papa, y en efecto pensaba en Eliseo: «Al estar de pie, invocará el nombre del Señor su Dios, agitará su mano hacia la parte enferma y me quitará la lepra... Pero nosotros tenemos ríos más hermosos que el Jordán». Y así se marcha. Sin embargo, «los amigos le hacen entrar en razón» y, tras regresar, se cumple el milagro.
Dos experiencias distantes en el tiempo pero muy similares: «¿Qué quería esta gente, estos de la sinagoga, y este sirio?» preguntó el Papa Francisco. Por una parte «a los de la sinagoga Jesús les reprende la falta de fe», tanto que el Evangelio subraya cómo «Jesús allí, en ese lugar, no hizo milagros, por la falta de fe». Por otro, Naamán «tenía fe, pero una fe especial». En cualquier caso, destacó el Papa Francisco, todos buscaban lo mismo: «Querían el espectáculo». Pero «el estilo del buen Dios no es hacer el espectáculo: Dios actúa en la humildad, en el silencio, en las cosas pequeñas». No por casualidad, al sirio, «la noticia de la posible curación le llega de una esclava, una joven, que era la criada de su mujer, de una humilde jovencita». Al respecto comentó el Papa: «Así va el Señor: por la humildad. Y si vemos toda la historia de la salvación, encontraremos que siempre el Señor hace así, siempre, con las cosas sencillas».
Para hacer comprender mejor este concepto, el Pontífice hizo referencia a otros diversos episodios de las Escrituras. Por ejemplo, observó, «en la narración de la creación no se dice que el Señor cogiera la varita mágica», no dijo: «Hagamos al hombre» y el hombre fue creado. Dios, en cambio, «lo hizo con el barro y su trabajo, sencillamente». Y, así, «cuando quiso liberar a su pueblo, lo liberó a través de la fe y la confianza de un hombre, Moisés». Del mismo modo, «cuando quiso hacer caer la poderosa ciudad de Jericó, lo hizo a través de una prostituta». Y «también para la conversión de los samaritanos, pidió el trabajo de otra pecadora».
En realidad, el Señor desplaza siempre al hombre. Cuando «invitó a David a luchar contra Goliat, parecía una locura: el pequeño David ante aquel gigante, que tenía una espada, tenía tantas cosas, y David solamente la honda y las piedras». Lo mismo sucede «cuando dijo a los Magos que había nacido precisamente el rey, el gran rey». ¿Qué encontraron? «Un niño, un establo». Por lo tanto, destacó el obispo de Roma, «las cosas simples, la humildad de Dios, este es el estilo divino, nunca el espectáculo».
Por lo demás, explicó, la del «espectáculo» fue precisamente «una de las tentaciones de Jesús en el desierto». Satanás le dijo, en efecto: «Ven conmigo, subamos al alero del templo; tú te tiras y todos verán el milagro y creerán en ti». El Señor, en cambio, se revela «en la sencillez, en la humildad».
Entonces, concluyó el Papa Francisco, «nos hará bien en esta Cuaresma pensar en nuestra vida sobre cómo el Señor nos ayudó, cómo el Señor nos hizo seguir adelante, y encontraremos que siempre lo hizo con cosas sencillas». Incluso podrá parecernos que todo sucedió «como si fuera una casualidad». Porque «el Señor hace las cosas sencillamente. Te habla silenciosamente al corazón». Resultará útil, por lo tanto, en este período recordar «Las numerosas veces» en las que en nuestra vida «el Señor nos visitó con su gracia» y hemos entendido que la humildad y la sencillez son su «estilo». Esto, explicó el Papa, vale no solamente en la vida diaria, sino también «en la celebración litúrgica, en los sacramentos», en los cuales «es bello que se manifieste la humildad de Dios y no el espectáculo mundano». (Fuente: L'Osservatore Romano)