jueves, 11 de diciembre de 2014

Texto íntegro de la Homilía del Obispo de Ponce, Mons. Félix Lázaro Martínez, en 26 aniversario de nuestro Santuario

La fiesta de la Inmaculada Concepción de María es motivo de mucha alegría por haber sido concebida sin pecado, la que estaba llamada a ser la Madre de Dios, que es el título más grande de María. 

A continuación incluimos el texto íntegro de la homilía que ofreció Monseñor Félix Lázaro Martínez, Obispo Titular de la Diócesis de Ponce, Puerto Rico, en ocasión de la Misa por el 26 aniversario de nuestro Santuario de la Madre Tres Veces Admirable de Juana Díaz, bendecido el 8 de diciembre de 1988.
 



MARIA INMACULADA

Hace hoy 160 años, fue el 8 de diciembre de 1854, que el Papa Pío IX, públicamente, en la Plaza de San Pedro, proclamó solemnemente el Dogma de la Inmaculada Concepción con estas palabras: “Declaramos que, la doctrina que dice que María fue concebida sin pecado original, es doctrina revelada por Dios, y  que a todos obliga a creerla como dogma de fe”.

María fue libre de pecado desde el primer momento de su concepción, por una gracia especial de Dios. Fue preservada del pecado original, en previsión de los méritos redentores de Cristo, “ante praevisa merita”.

 A nosotros se nos perdonan y borran los pecados, incluido el pecado original,después de la redención de Cristo. María fue preservada de todo pecado, antes de que aconteciera la redención,pero siempre gracias a los méritos de Cristo.

La fiesta de la Inmaculada Concepción de María es motivo de mucha alegría.

Primero, por haber sido concebida sin pecado, la que estaba llamada a ser la Madre de Dios, que es el título más grande de María.  Por ser Madre de Dios, convenía que no conociera pecado alguno, que fuese toda pura, toda inmaculada. Así como convenía que no conociera tampoco la corrupción del sepulcro, que fuera preservada de toda corrupción, y fuese Asunta al Cielo.

Segundo, por serla Reina, la Inmaculada Concepción,  la Santísima Virgen María, la Madre de Dios.

 Tercero, porque además de ser Madre de Dios, es también Madre nuestra. Y celebrar a nuestra madre es siempre motivo de alegría.

Hay, además,  otras razones. El Papa Pablo VI en su Carta “MarialisCultus”, la propone como modelo y espejo, en el que mirarnos los cristianos, en este tiempo del Adviento., “al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo”. 


Hay quien dice que la fiesta de la Inmaculada Concepción es la fiesta de la Virgen del Adviento. Los cristianos que participan y viven la liturgia y el espíritu del Advientohan visto en María un modelo  de oración, de vigilancia, y de espera, ante la venida del Salvador.

De ahí que la fiesta de la Inmaculada Concepción no sea una fiesta independiente del Adviento. Por el contrario, cuadra perfectamente dentro de su significado y contenido. Porque nadie como Ella, la llamada aser la Madre del Altísimo, la Madre de Dios, vivió y experimentó la llegadade Jesús y la esperanza de su venida.

Podemos decir que forma parte del Adviento; es pieza clave del Adviento, porque es, a través de Ella, que nace Jesús.Lo atestigua San Pablo en la Carta a los Gálatas: “Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo,nacido de mujer, y fue sometido a la Ley para liberar a todos los que estaban sometidos a la Ley”.

La fiesta de la Inmaculada Concepción  debiera ser para todo cristiano que se dispone a celebrar el Nacimiento de Jesús, invitacióna vivir el Adviento, a ejemplo de María, en espera, vigilantes, en oración, y cantando su alabanza.


Y como  decía Juan Bautista,  ayer domingo, hay que preparar en el desierto los caminos del Señor; también el cristiano debe disponerse a preparar los caminos  para la venida del Señor.Cuando un rey o un personaje importante visitaba una ciudad, se preparaban y limpiaban los caminos de la arena y de las hojarascas caídas que los cubrían.


En el Adviento se nos invita a limpiar los caminos del espíritu, de las hojarascas, areniscas y telarañas  de nuestras envidias, lujurias, venganzas, perezas, egoísmos, orgullos, soberbias, iras, y de todo lo escabroso y torcido.

La fiesta de la Inmaculada pone a María a nuestro lado, para enseñarnos cómo acoger a Jesús que llega, cómo abrirnos a su presencia, cómo estar a la escucha de su palabra.

Otro aspecto interesante que subrayaren la fiesta de la Inmaculada Concepción es la  llamada o invitación a la vida de la gracia, a la pureza, y a una intensa vida cristiana. La verdadera celebración de la fiesta no consiste sólo en conocer el dogma,  sino que nos debe llevar a imitar a María. No quedarnos sólo mirando a María como un ser celestial, maravilloso, sino ver en Ella nuestra propia identidad cristiana y el modelo que seguir e imitar.

Qué pocas veces se escucha hablar de pureza, de santidad, de vida cristiana. Nos quedamos en la ladera de la montaña, en simplemente, a lo más, se nos insiste en  evitar el pecado; pero como que no nos atrevemos a subir a la cima, a escalar las altas cumbres de la santidad, a llevar una vida de gracia y de pureza. Parece ser como si eso fuera sólo para los santos. Y ciertamente lo es. Pero es que todos estamos llamados a la santidad.

Vivimos en un mundo contaminado por el sexo, la droga, el consumismo y el hedonismo. En el que el dinero y las riquezas y el materialismo es lo que priva. En el que se valora más el tener que el ser. En el que el pecado ha adquirido carta de ciudadanía.

Estamos necesitados del aire refrescante de la pureza y de la gracia. Necesitados de un hálito espiritual que nos libere del infierno material y carnal en el que estamos sumidos.
La fiesta de la Inmaculada emerge en el Adviento como el faro que ilumina el camino que lleva a Belén.

Estamos viviendo en un mundo en el que apenas se menciona el Adviento y sí se menciona la Navidad; se trata de una navidad vacía, llena de luces multicolores que adornan nuestras casas, plazas y caminos; de trullas y parrandas; de tarjetas de felicitación desprovistas las más de las veces,  de todo simbolismo religioso; de músicas estridentes y mundanas; de relaciones comerciales que invitan a una felicidad pasajera, efímera. Pero en la que falta Jesús.

A  veces tengo la impresión de que se han cambiado las figuras del nacimiento representando la escena de Belén por el árbol decorativo, y al Niño Jesús lo hemos camuflado por papá Noel. Y como  que se va perdiendo el sentido religioso de la Navidad.

Me dirán ¿Y qué tiene que ver todo esto con la Inmaculada Concepción? Tiene que ver y mucho. Porque nunca podremos entender por qué María fue concebida sin pecado, si no es en relación al Mesías que anunciaron los profetas, el que tenía que venir. Nunca podremos entender el rol de Madre que corresponde a María, si no es en función del Hijo que de ella había de nacer, Cristo Jesús, el Hijo de Dios.

Finalmente, María Inmaculada emerge como el modelo de acuerdo al que Dios quiere modelar a cada uno:

Ella, María, es la pionera de la obra de la redención. Ella es la obra maestra de Dios. En ella puede verse el resultado victorioso de lo que acontece cuando alguien consiente que Dios intervenga en la propia vida y hasta dónde puede llegar la acción de Dios.

María Inmaculada es la puerta que abre el camino hacia Belén, y  nadie mejor que ella, para mostrarnos el fruto bendito de su vientre, Jesús.

Mons. Félix Lázaro Martínez, Sch.P.
Obispo de Ponce

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