La fiesta de la Inmaculada Concepción de María es motivo de mucha alegría por haber sido concebida sin pecado, la que estaba llamada a ser la Madre de Dios, que es el título más grande de María.
A continuación incluimos el texto íntegro de la homilía que ofreció Monseñor Félix Lázaro Martínez, Obispo Titular de la Diócesis de Ponce, Puerto Rico, en ocasión de la Misa por el 26 aniversario de nuestro Santuario de la Madre Tres Veces Admirable de Juana Díaz, bendecido el 8 de diciembre de 1988.
A continuación incluimos el texto íntegro de la homilía que ofreció Monseñor Félix Lázaro Martínez, Obispo Titular de la Diócesis de Ponce, Puerto Rico, en ocasión de la Misa por el 26 aniversario de nuestro Santuario de la Madre Tres Veces Admirable de Juana Díaz, bendecido el 8 de diciembre de 1988.
MARIA INMACULADA
Hace hoy 160 años, fue el 8 de diciembre de 1854, que el Papa Pío IX,
públicamente, en la Plaza de San Pedro, proclamó solemnemente el Dogma de la
Inmaculada Concepción con estas palabras: “Declaramos que, la doctrina que dice
que María fue concebida sin pecado original, es doctrina revelada por Dios,
y que a todos obliga a creerla como
dogma de fe”.
María fue libre de pecado desde el primer momento de su concepción, por
una gracia especial de Dios. Fue preservada del pecado original, en previsión
de los méritos redentores de Cristo, “ante praevisa merita”.
La fiesta de la Inmaculada Concepción de María es motivo de mucha alegría.
Primero, por haber sido concebida sin pecado, la que estaba llamada a ser
la Madre de Dios, que es el título más grande de María. Por ser Madre de Dios, convenía que no
conociera pecado alguno, que fuese toda pura, toda inmaculada. Así como
convenía que no conociera tampoco la corrupción del sepulcro, que fuera
preservada de toda corrupción, y fuese Asunta al Cielo.
Segundo, por serla Reina, la Inmaculada Concepción, la Santísima Virgen María, la Madre de Dios.
Hay, además, otras razones. El Papa Pablo VI en su Carta “MarialisCultus”, la propone como modelo y espejo, en el que mirarnos los cristianos, en este tiempo del Adviento., “al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo”.
Hay quien dice que la fiesta de la Inmaculada Concepción es la fiesta de
la Virgen del Adviento. Los cristianos que participan y viven la liturgia y el
espíritu del Advientohan visto en María un modelo de oración, de vigilancia, y de espera, ante
la venida del Salvador.
De ahí que la fiesta de la Inmaculada Concepción no sea una fiesta
independiente del Adviento. Por el contrario, cuadra perfectamente dentro de su
significado y contenido. Porque nadie como Ella, la llamada aser la Madre del
Altísimo, la Madre de Dios, vivió y experimentó la llegadade Jesús y la esperanza
de su venida.
Podemos decir que forma parte del Adviento; es pieza clave del Adviento,
porque es, a través de Ella, que nace Jesús.Lo atestigua San Pablo en la Carta
a los Gálatas: “Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo,nacido
de mujer, y fue sometido a la Ley para liberar a todos los que estaban
sometidos a la Ley”.
La fiesta de la Inmaculada Concepción debiera ser para todo cristiano que se dispone a celebrar el Nacimiento de Jesús, invitacióna vivir el Adviento, a ejemplo de María, en espera, vigilantes, en oración, y cantando su alabanza.
Y como decía Juan Bautista, ayer domingo, hay que preparar en el desierto
los caminos del Señor; también el cristiano debe disponerse a preparar los
caminos para la venida del Señor.Cuando
un rey o un personaje importante visitaba una ciudad, se preparaban y limpiaban
los caminos de la arena y de las hojarascas caídas que los cubrían.
En el Adviento se nos invita a limpiar los caminos del espíritu, de las
hojarascas, areniscas y telarañas de
nuestras envidias, lujurias, venganzas, perezas, egoísmos, orgullos, soberbias,
iras, y de todo lo escabroso y torcido.
La fiesta de la Inmaculada pone a María a nuestro lado, para enseñarnos
cómo acoger a Jesús que llega, cómo abrirnos a su presencia, cómo estar a la
escucha de su palabra.
Otro aspecto interesante que subrayaren la fiesta de la Inmaculada
Concepción es la llamada o invitación a
la vida de la gracia, a la pureza, y a una intensa vida cristiana. La verdadera
celebración de la fiesta no consiste sólo en conocer el dogma, sino que nos debe llevar a imitar a María. No
quedarnos sólo mirando a María como un ser celestial, maravilloso, sino ver en
Ella nuestra propia identidad cristiana y el modelo que seguir e imitar.
Qué pocas veces se escucha hablar de pureza, de santidad, de vida
cristiana. Nos quedamos en la ladera de la montaña, en simplemente, a lo más,
se nos insiste en evitar el pecado; pero
como que no nos atrevemos a subir a la cima, a escalar las altas cumbres de la
santidad, a llevar una vida de gracia y de pureza. Parece ser como si eso fuera
sólo para los santos. Y ciertamente lo es. Pero es que todos estamos llamados a
la santidad.
Vivimos en un mundo contaminado por el sexo, la droga, el consumismo y
el hedonismo. En el que el dinero y las riquezas y el materialismo es lo que
priva. En el que se valora más el tener que el ser. En el que el pecado ha
adquirido carta de ciudadanía.
Estamos necesitados del aire refrescante de la pureza y de la gracia.
Necesitados de un hálito espiritual que nos libere del infierno material y
carnal en el que estamos sumidos.
La fiesta de la Inmaculada emerge en el Adviento como el faro que
ilumina el camino que lleva a Belén.
Estamos viviendo en un mundo en el que apenas se menciona el Adviento y
sí se menciona la Navidad; se trata de una navidad vacía, llena de luces
multicolores que adornan nuestras casas, plazas y caminos; de trullas y parrandas;
de tarjetas de felicitación desprovistas las más de las veces, de todo simbolismo religioso; de músicas
estridentes y mundanas; de relaciones comerciales que invitan a una felicidad
pasajera, efímera. Pero en la que falta Jesús.
A veces tengo la impresión de que
se han cambiado las figuras del nacimiento representando la escena de Belén por
el árbol decorativo, y al Niño Jesús lo hemos camuflado por papá Noel. Y
como que se va perdiendo el sentido
religioso de la Navidad.
Me dirán ¿Y qué tiene que ver todo esto con la Inmaculada Concepción?
Tiene que ver y mucho. Porque nunca podremos entender por qué María fue
concebida sin pecado, si no es en relación al Mesías que anunciaron los
profetas, el que tenía que venir. Nunca podremos entender el rol de Madre que
corresponde a María, si no es en función del Hijo que de ella había de nacer,
Cristo Jesús, el Hijo de Dios.
Finalmente, María Inmaculada emerge como el modelo de acuerdo al que
Dios quiere modelar a cada uno:
Ella, María, es la pionera de la obra de la redención. Ella es la obra
maestra de Dios. En ella puede verse el resultado victorioso de lo que acontece
cuando alguien consiente que Dios intervenga en la propia vida y hasta dónde
puede llegar la acción de Dios.
María Inmaculada es la puerta que abre el camino hacia Belén, y nadie mejor que ella, para mostrarnos el
fruto bendito de su vientre, Jesús.
Obispo de Ponce
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