Queridos hermanos y hermanas:
En el pasado mes septiembre referimos el tema sobre el compromiso de unidad que tenemos como familia. En el presente mes recogemos algunas de las expresiones del Santo Padre el Papa Francisco sobre nuestro compromiso y la misión de toda la Iglesia, de imitar a la Virgen María en la búsqueda del bienestar de la familia que hoy tanto sufre.
Los monjes rusos dicen que en los momentos de las turbulencias espirituales debemos ir debajo del manto de la Santa Madre de Dios y de este modo, la Madre nos acoge y nos protege y cuida de nosotros. Pero esta maternidad de María podemos decir que va más allá de Ella, es contagiosa. De la maternidad de María, viene una segunda maternidad, la maternidad de la Iglesia.
La Iglesia es madre. Es nuestra santa madre Iglesia, la que nos genera en el Bautismo, nos hace crecer en su comunidad y tiene esas actitudes de maternidad, mansedumbre, bondad: la Madre María y la madre Iglesia saben acariciar a sus hijos, dan ternura. Pensar en la Iglesia sin esta maternidad es pensar en una asociación rígida, una asociación sin calor humano, huérfana.
La Iglesia es madre y nos recibe a todos nosotros como madre: María madre, la Iglesia madre, una maternidad que se expresa en las actitudes de humildad, de acogida, de comprensión, de bondad, de perdón y de ternura. Y donde hay maternidad y vida, hay vida, hay alegría, hay paz, se crece en paz. Cuando falta esta maternidad sólo queda la rigidez, aquella disciplina, y no se sabe sonreír.
Lo que pedí fue esto, que cada parroquia, cada instituto religioso, cada monasterio, acoja una familia. Una familia, no una persona. Una familia da más seguridad de contención, un poco para evitar que haya infiltraciones de otro tipo. Cuando hablo de que una parroquia acoja una familia, no digo que vayan a vivir a la canónica, a la casa parroquial, sino que toda la comunidad parroquial vea si hay un lugar, un rincón de un colegio para hacer un "departamentito" o, en el peor de los casos, que alquile un modesto departamento para esa familia, pero que tengan techo, que sean acogidos, y que se los integre dentro de la comunidad. Ya hubo muchas reacciones, muchas, muchas, ¿no? Hay conventos que están casi vacíos.
Si uno tiene en su casa una pieza, una habitación cerrada mucho tiempo, la humedad, la "muffa", el mal olor. Si una iglesia, una parroquia, una diócesis, un instituto, vive encerrado en sí mismo, se enferma. Le pasa lo mismo que a la habitación cerrada. Y lo que tenemos es una Iglesia raquítica, con normas fijas, sin creatividad, segura, más que segura, no, asegurada, con una compañía de seguros, pero no segura. En cambio, si uno sale –una iglesia, una parroquia- hacia afuera a evangelizar, le puede pasar lo mismo que le pasa a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Entonces, entre una Iglesia enferma y una Iglesia accidentada, prefiero la accidentada porque, por lo menos, salió. Y ahí –quiero repetir una cosa que dije otra vez en otra ocasión-: en la Biblia, en el Apocalipsis, hay una cosa linda de Jesús –creo que en el capítulo segundo, al final del primero, o segundo- donde le está hablando a una Iglesia y le dice: "estoy a la puerta y llamo". Está golpeando Jesús. "Si me abres, entro y voy a cenar contigo".
Pero yo me pregunto: "¿cuántas veces, en la Iglesia, Jesús golpea a la puerta, pero desde adentro, para que lo dejemos salir a anunciar el Reino". A veces, nos apropiamos de Jesús y nos olvidamos que una Iglesia que no es una Iglesia en salida, una Iglesia que no sale, tiene a Jesús preso, aprisionado.
P. Hilario José Gutiérrez
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