Salgamos al encuentro para construir la paz. La paz es una necesidad primaria del hombre y de todo el mundo. Los cristianos -también los schoenstattianos- salimos al encuentro para ser constructores de la paz. Nos aliamos con María, como lo hizo el Padre Fundador, y la coronamos como Reina del Universo: "Tu santo corazón es para el mundo el refugio de paz, el signo de elección y la puerta del cielo" (Hacia al Padre, 541).
La paz, por el contrario, es el gran signo de la victoria de Cristo: "En Cristo Jesús los que antes estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz; él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba, y aboliendo en su propia carne la Ley con sus mandamientos y prescripciones..." (Ef. 2,13-17).
Así lo recordamos en cada Navidad, al adorar la Palabra y asumirla como misión: "Alegres la llevaremos al mundo, que asombrado retendrá el aliento y encontrará para siempre la paz de Dios que anunciaran los ángeles. (HP 59).
La paz es la alegría del Padre. En Dachau, el P. Kentenich meditaba en la mirada y las manos del Dios Padre y concluía: "Tu mirada reposa complaciente en la alegría de la humanidad liberada del pecado. A ella extiendes nuevamente tu mano paternal y la transformas en tierra fecunda de paz" (HP 109).
La paz es tanto don como tarea. ¿Cómo ser constructores de la paz?
1. El punto de partida es la paz interior. La paz se decide en el corazón: reconciliarse con uno mismo, con su ayer y sus miedos, con los fantasmas y las culpas, con las personas a quienes hicimos mal o nos lastimaron. Hay gente que quiere ser "militante", pero no "constructora" de la paz.
2. Hay que generar clima de paz en nuestros ambientes. Los vínculos son las redes que sostienen nuestra vida; pero pueden también ser motivo de conflictos. La paz se aprende y la mejor escuela debería ser la familia. En la mesa de cada día, en la intimidad de los cónyuges, en el cuarto que comparten los hermanos, se talla el corazón pacífico y pacificador. Se juega también en los ambientes laborales, en el colegio, la universidad, en "lugares de pertenencia", ámbitos religiosos, sociales y apostólicos.
3. En tercer término, la paz la generamos con el respeto irrestricto a los demás. Insultos, gritos, expresiones de odio, críticas malintencionadas, epítetos que damos a los otros -ya sea en el campo social, político, deportivo- no aportan a la paz. La "violencia nuestra de cada día" debe cesar y dejar crecer el "pan nuestro de cada día", pan del respeto, la confianza y el amor.
4. El schoenstattiano sabe que la paz exige subsanar causas más remotas de la violencia. Detrás del odio aflora un corazón herido, con hambre de caricias, de reconocimiento, de estímulo auténtico, de inclusión laborar, de miseria, de falta de educación.
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