domingo, 15 de febrero de 2015

Francisco celebra con los nuevos cardenales

(El Papa Francisco saludó a Benedicto XVI)

Les exhorta: ''No tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial"


Después de celebrar en la basílica de San Pedro la santa misa con los nuevos cardenales, el papa Francisco desde su estudio que da a la plaza, rezó la oración del ángelus y dirigió las siguientes palabras a los miles de fieles y peregrinos allí presentes.
«Queridos hermanos y hermanas, en este domingo el evangelista Marcos nos narra la acción de Jesús contra toda especie de mal, beneficiando a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, enfermos y pecadores... Él se presenta como aquel que combate y vence el mal en donde lo encuentre. En el Evangelio de hoy, esta lucha que realiza encuentra un caso emblemático, porque el enfermo es un leproso. La lepra es una enfermedad contagiosa y que no tiene piedad, que desfigura a la persona, y que era símbolo de impureza: el leproso tenía que permanecer siempre fuera de los centros habitados y señalar su presencia a quienes pasaban. Era marginado de la comunidad civil y religiosa. Era como un muerto ambulante.
El episodio de la curación del leproso se desarrolla en tres breves etapas: la invocación del enfermo, la respuesta de Jesús, las consecuencias de la curación prodigiosa. El leproso le suplica a Jesús, 'de rodillas' y le dice: 'Si quieres puedes purificarme'. A esta oración humilde y llena de confianza, Jesús responde con una actitud profunda de su ánimo: la compasión. La compasión es una palabra muy profunda que significa 'sufrir con el otro'.
El corazón de Cristo manifiesta la compasión paterna de Dios por aquel hombre, acercándose a él y tocándolo. Este particular es muy importante. Jesús 'tiende la mano, lo toca... y en seguida la lepra desaparece y Él lo purifica". La misericordia de Dios supera cada barrera y la mano de Jesús toca al leproso. Él no pone una distancia de seguridad y no actúa delegando, sino que se expone directamente al contagio por nuestro mal. Y así justamente nuestro mal se vuelve el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros la humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y que cura.
Esto sucede cada vez que recibimos con fe un sacramento: el Señor Jesús nos 'toca' y nos da su gracia. En este caso pensamos especialmente al sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra y del pecado.
Una vez más el evangelio nos muestra lo que hace Dios delante de nuestro mal: no viene a darnos una lección sobre el dolor; tampoco viene a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a tomar sobre sí mismo el peso de nuestra condición humana, y a llevarla hasta el fondo, para liberarnos de manera radical y definitiva. Así Cristo combate el mal y el sufrimiento del mundo: haciéndose cargo y venciendo con la fuerza de la misericordia de Dios.
A nosotros, hoy, el evangelio de la curación del leproso nos dice que, si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús, estamos llamados a volvernos unidos a Él, instrumentos de su amor misericordioso, superando cada tipo de marginación. Para ser 'imitador de Cristo', delante a un pobre o a un enfermo, no debemos tener miedo de mirarlo en los ojos, y de acercarnos con ternura y compasión. Y de tocarlo y abrazarlo. Con frecuenciapido a las personas que asisten a los otros, que lo hagan mirándolos a los ojos, y de no tener miedo de tocarlos. Que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación. También nosotros tenemos necesidad de ser acogidos. Un gesto de ternura y de compasión. Y les pregunto: ¿Cuando se ayuda a los otros, los miran en los ojo, los acogen sin miedo de tocarlos, los acogen con ternura? Piensen sobre esto. Cómo se ayuda, a distancia o con ternura y cercanía?
Si el mal es contagioso, también el bien lo es. Por lo tanto es necesario que en nosotros abunde siempre más el bien. ¡Dejémonos contagiar por el bien!».
El Santo Padre reza el ángelus y después dirige las siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas, dirijo un deseode serenidad y de paz a todos de los hombres y mujeres que en el Extremo Oriente y en varias partes del mundo se preparan a celebrar el año santo lunar. Tales fiestas ofrecen a ellos la feliz ocasión de redescubrir y de vivir de manera intensa la fraternidad, que es el vínculo precioso de la vida familiar y base de la vida social. Este retorno anual a las raíces de la persona y de la familia puedan ayudar a aquellos pueblos a construir una sociedad en la que se tejen relaciones interpersonales que llevan al respeto, la justicia y la caridad.
Saludó también a todos ustedes, romanos y peregrinos, en particular a todos los que han venido con motivo del consistorio, para acompañar a los nuevos cardenales. Y agradezco a los países que han querido estar presentes en este evento enviando delegaciones oficiales.
Saludemos con un aplauso a los nuevos cardenales... (aplausos)
Saludo a los peregrinos españoles que provienen desde San Sebastián, Campo de Criptana, Orense, Pontevedra y Ferrol. A los estudiantes de Campo Valongo y Porto, en Portugal. Y a los de París; al "Foro de las Instituciones Cristianas " de Eslovaquia; a los fieles de Buren (Holanda), y a los militares de Estados Unidos de paso en Alemania, y a la comunidad de los venezolanos residentes en Italia.
Saludo a los jóvenes de Busca, a los fieles de Leno, Mussoi, Monteolimpino, Rivalta sul Mincio y Forette di Vigasio.
Están también presentes muchos grupos de escolares y de catequistas de tantas partes de Italia.
Queridos les animo a ser ser testimonios con alegría y coraje de Jesús en la vida de cada día. Les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mi». Y concluyó con su ya conocido «¡Buon pranzo e arrivederci!».   
(Fuente: zenit.org)